No puede ser



Van deslizándose las noches en tu paladar e, inevitablemente, se resisten mis párpados a caer ante la belleza desordenada de esta puesta de sol.
Maldita prudencia la de esa luna que parpadea sobre el mar. Maldita impaciencia, que me desorienta y recorta la distancia entre la luz y el camino, dejando a la vista esa conversación pendiente que llevaba tanto tiempo callada, esa que algún día tenía que salir del agujero negro donde pierdo las cosas que no quiero volver a encontrar.
Gotean los cuatro ojos mientras yo busco, desesperada, la compasión que dejé en la estantería de los desperdicios y que, como a la sutileza, ya no encuentro.



No puede ser, que se regale la crueldad al precio barato del dinero y cueste tanto gritarle a los cuatro vientos esa risa contagiosa que no quiero detener.
Que sólo le pase la escoba a la mitad del miedo y le regale a la otra mitad el resurgir de ese pozo sin fondo que han cavado tus manos… No quiero ser.

Hace semanas que me embadurno la piel con el aceite del tiempo, ese que te regalé, mientras tú tarareas una nueva cantinela con la misma afinación…Tarde. Demasiado tarde para pasar, con prisa, por encima del desuso.
Que me traigas ramos de flores sin cortar para que las huela desde tu ausencia, no puede ser.


Con la misma facilidad con la que confío en las dudas, apago en silencio la luz de este atardecer y me voy, del color violeta de la serenidad. Te dejo sentado con los ojos azules, desteñidos de melancolía y, desoyendo la llamada de tu voz nerviosa, troto con torpeza hacia los días que cada vez huelen menos a ti.




Y ahora que me alejo, por el borde del agujero negro asoma un labio arqueado de ese tono que tanto me gusta. ¿Será el color de la risa recién cortada?
Debe ser...


Nubes que llueven



No recuerdo haberte olvidado, pero es ínfimo el latigazo que sobreviene a fustigar mis sueños cada noche, antes de decidir que esa será la última.

Saco a la culpa recién llorada del lavavajillas, impermeabilizando la memoria y dejando al desafío revuelto entre edredones agujereados por la nostalgia.

Es la locura la que me abraza la cintura mientras se escapan, no se si aliviadas, las caderas.


Y ahora, que me sirvo un trago de aire fresco en esta copa adornada con cristales rotos, me abandona el recuerdo vagabundo a la deriva.


Tú, que quisiste compartir tu sueño con una nube, te empapas bajo la lluvia dentro de esa jaula…





Y yo, que casi me olvido de recordarte, te pierdo.