El hombre del paraguas


Le llamaban el hombre del paraguas.
Sólo los días en los que la lluvia asediaba la calle, se refugiaba bajo la tercera balconada, de la que siempre colgaban geranios o camelias y sobre la que llovía a destiempo o, por el contrario, era tiempo de llover.
Sólo esas tardes en las que se oscurecía el asfalto, sujetaba inalterable el paraguas con la mano derecha, apretando suavemente la boina con la izquierda y manteniendo el cuerpo recto como una vara mientras miraba al frente. Y se iba, si dejaba de llover.
Con el mismo paraguas, la misma boina y bajo la misma balconada, dejaba que las gotas repiquetearan contra sus zapatos, mientras permanecía impasible, cada vez.
Sólo cuando el último parpadeo desenvolvía realidades, cuando el primer suspiro le hacía un rasguño al aire, cuando la lluvia diluía a la lluvia seca del papel, los zapatos, el cuerpo y la mirada apuntaban hacia el suelo y echaban a correr.
Cuando arte y hombre lloraban, los lienzos inexplorados se desabrigaban, los grises se pintaban violetas y ella volvía a empuñar el pincel.














Le llamaban el hombre del paraguas.
Sólo si llovía la imaginaba y se iba, si dejaba de llover.

Ángeles

A los espacios conmemorativos de grado III: que la denuncia resuelle en los pechos inclementes adiestrados en crueldad, que duela el hambre de vida como le duele al recuerdo de quien suplicó piedad.




Huyeron de su propia tierra, donde una mezcla de humo y sangre condenó al desamparado a un exilio forzoso y, muy a su pesar, apresurado. Tanto que, a golpe de bala, cuatrocientas setenta espaldas dejaron olvidada allí su fragilidad.


Tras cuatro días hacinado, sin migas que echarse a la boca, sin más calor que el de cientos de  hombros apretados que difícilmente conseguían temblar, fue empujado del vagón de carga hacia una tierra que olía a rancio, a hielo en pleno Agosto, a hostilidad.
Pronto, varios hombres gritando en alemán les fueron separando en dos grandes grupos. Él fue a parar a uno, su mujer y su hija de apenas seis años, a otro. La niña observaba asustada como su madre, sin dejar de rastrear entre la multitud en busca de la mirada de su marido, le apretaba el pecho contra su cadera que, inconscientemente, vacilaba con las demás. Él quería haber alzado el brazo y proporcionarles un poco de tranquilidad, pero se vio rodeado de verdugos que ni siquiera les permitían mirar a otro horizonte que no fuera el suelo. No se atrevió.
No supo calcular el tiempo que había pasado desde su llegada hasta que los dos colectivos quedaron perfectamente definidos, pero fue en cuestión de segundos cuando pudo ver cómo un hombre enviaba a su familia de vuelta al tren en el que habían llegado.
Esta vez él no se resistió a levantar la mano para despedirse de su mujer y su hija, que continuaban buscándole entre alaridos de desconsuelo, pero la multitud de brazos que se alzaron junto al suyo no se lo permitieron.
En el momento exacto en que la impotencia venció a sus rodillas y éstas se golpearon contra el suelo, los gritos de los no elegidos se perdieron con el vagón a lo lejos. No pudo más que volver la vista atrás y  fijar aquella imagen en la retina. Mientras, una lágrima asustada esperaba a que le dieran permiso para poder salir.

Caminaron seis mil doscientos sesenta y tres pasos hasta llegar a su destino final, y de nuevo sus hinojos, aún doloridos, volvieron a tocar el suelo. Con cierto reparo, levantó la vista para contemplar la sobrecogedora estampa. Decenas de galeotes cabizbajos, que por poco dejaban de respirar para evitar ser amonestados, permanecían arrodillados en un absoluto estado de confusión unos, y de resignación otros.

Sólo unos pocos, frente a ellos, mantenían la cabeza y el orgullo erguidos. Veinte hombres de gesto serio, algunos con una media sonrisa arrogante, se vestían con chaquetas rectas de seis botones de las que colgaban  méritos ocultos en forma de galón. No había en ellos un atisbo de ternura, mucho menos de empatía. Ni siquiera los perros parecían mostrar la menor indulgencia cuando a mordiscos les arrancaban las mangas y destrozaban a jirones su  piel.

Pronto les condujeron hacia la entrada.
El umbral era tosco aunque perfectamente alineado. Cada uno de los bloques de piedra que formaban los muros, incluida la entrada, se ajustaba perfectamente al anterior, dando una sensación de firmeza que dejaba poco lugar a dudas si se les pasaba por la cabeza barajar la fuga.
Los muros de piedra eran altos, y tan grises como lo fueron los días sucesivos de los reos en aquel campo.
Fueron entrando, poco a poco, cruzando bajo las alas de un águila que no parecía querer levantar el vuelo y que les acechaba impaciente, como si fueran carroña.
Sobre el dintel de la puerta se podía leer: “Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.
Para muchos, así fue.
Unos párpados caídos, como intentando tapar una mirada sucia, rieron el discurso de bienvenida:
Cruza el umbral de esta puerta y saldrás por la chimenea de un horno crematorio- anunció orgulloso el Lagerältester.
Su subconsciente, desnudo como su cuerpo, hizo un hueco para albergar la frase, que, como un martillo golpearía su mente en cada despertar.
Desde entonces a la frente del desamparado se le arrugó la incertidumbre.



Una oficina de España recibe una llamada:
¿Qué quieres que haga con ellos?-.le preguntó a su igual en España.
Sin vacilar, y en nombre de una nación, un hombre colgó el teléfono sin dar respuesta alguna.
Así fueron abandonadas a su suerte las vidas de algunos españoles a los que su país les negó el hogar.
Para entonces el apátrida empezaba a morirse de hambre, mientras otros mascaban, a boca llena, la tragedia.



Fue él, junto con sus compatriotas, quien levanto cada uno de los barracones donde se vivirían las muertes, donde se morirían las vidas. Un hormiguero de  trajes a rayas, con números por nombre, “S” por nacionalidad y un triangulo azul indicando que pertenecían a ninguna parte, deambulaba por las dependencias de aquella cárcel infame sin más aliento que el de la supervivencia.

Ya se había acostumbrado al café hecho con agua de roble, incluso al mendrugo de pan duro que recibía cada día, a las seis y cuarto. Para los estómagos de otros parecía ser suficiente.
Todo estaba perfectamente calculado para que el café, el pan y las sopas conservaran los cuerpos vivos en torno a seis o nueve meses. Él llevaba allí poco más de cuatro.

Subían 186 escalones tallados a mano diez o doce veces al día, cada uno de altura distinta al anterior. En sus espaldas portaban el granito que encerraría su libertad, y en su cara llevaban el odio, callado, hacia aquellos que cada treinta escalones les ponían la zancadilla, les fustigaban con látigos o, en el mejor de los casos, les insultaban.
Si se les ocurría expirar en el trayecto que cubría la escalera de la muerte, de una patada eran arrojados al fondo de la cantera. Así volaban los esqueletos de 40 Kilos por el aire. Aire que les daba la libertad por unos segundos, aunque fuera post mortem.



Aquel domingo se despertó muy cansado y, como todos los días, con los únicos harapos que tenía. Nunca se quitaban la ropa para dormir. En aquel lugar las mantas eran menester de muchos y lujo para unos pocos, por lo que las órdenes de no cerrar nunca las ventanas para que ninguna de las dos habitaciones se impregnara del olor a fatiga, no les permitía conciliar el sueño más de dos horas seguidas.
Dos de los tres compatriotas con los que compartía litera ya se habían puesto en pie. El tercero era sostenido por los otros dos, casi inerte, dispuesto a pasar por última vez el recuento de cada mañana.
Era cuestión de minutos pasar por el lavabo para asearse y volver a la habitación antes de que llegaran los kapos, de modo que abrazó la cara de su compañero exhausto y corrió a lavarse la cara. Se colocó junto a sus camaradas apenas diez segundos antes de que la inquisición entrara por la puerta. Diez segundos que hubieran firmado su muerte.
Sesenta y tres cerdos vivos y  cuatro bajas – gritó uno de los hombres de chaqueta.
Ordenaron colocar a su compañero de litera sobre el suelo, junto a otros tres que apenas conservaban ya fuerzas para respirar y, a fuerza de empujones, les sacaron de la habitación.
Ese día no se encendieron las chimeneas, por lo que adivinaron que el destino de al menos ochenta y cuatro presos, enfermos de tifus, les había condenado a morir en la cámara de gas.
Salió al patio para colocarse en la fila y recibir el desayuno, mientras sus dos camaradas se enfrentaban al ayuno a cambio de trasladar a su compañero a las duchas.
Ni siquiera había salido el sol cuando un foco iluminaba intermitentemente el tenderete donde tres hombres repartían las miserias de pan y agua.
Mientras ellos se atusaban la bufanda, él no paraba de frotarse las manos para sobrellevar el hambre y el frío con que amanecía el día.
Era viernes, 14 de noviembre de 1941.
Nada más echar a andar, y con el sucedáneo de café frío aún corriéndole por el cuerpo, escuchó un disparo. Debían ser al menos cincuenta en la esquina oeste del patio, o tal vez cuarenta y nueve. Recordó su propia entrada al ver a aquellos hombres desnudos, encogidos por el ambiente helador que rondaba los siete grados bajo cero. Como también le había sucedido a él, temblaban de frío y de miedo.
Ahora te raparan la cabeza y te obligaran a tomar baños en agua de zotal. Así empezará el escozor en la piel, y no pararán hasta que consigan ver arder tu alma – musitó.
Uno de los guardas que les escoltaban, el que alcanzó a escuchar sus palabras, rió. Mientras, la mano de obra continuaba su camino en grupo hacia la cantera.

Los escalones tenían una capa de hielo que les dificultaba la, ya de por sí, ardua tarea. El catalán intentaba cargar la piedra de 20 kilos, pero se le clavaba como un cuchillo en la espalda. Resbalaba, y cuanto más empeño ponía en no caer, más fuerte era el dolor por todo el cuerpo.
Vamos, vamos! –le animaban sus amigos.
Fue inútil.
En el peldaño noventa, calló desplomado.
Se acercaron dos guardianes. El primero señalaba hacia el fondo de la cantera, mientras que el otro insistía a base de noes con la cabeza. Finalmente venció el segundo.
Serían las once de la mañana cuando se lo llevaron en brazos a la enfermería. No volvió.
Setenta y cinco horas después, veinte hombres y otras tantas esperanzas exhalaron su último suspiro dentro de una bañera helada que, a la altura de la cintura,  les invitó a morir por, tal y como registraban los hombres de chaqueta,  causa natural.




El 5 de mayo de 1945, sesenta y un ángeles nacieron en Mauthausen, aunque Él ya se había escapado apenas dos meses antes… en forma de humo.




Despacio

Pausada
Como transita la luna por un cielo finito
que yo observo desde un espacio detenido.

Impía
Cual prelado que ahoga su fe en el estrecho
mezclándose en un fondo con pieles oscuras.

Revuelta
Como la melena de una noche apasionada
en la que se estiran los cuerpos.

Roja
Como los agujeros de mi mente
por donde se filtran figuras inmundas

Ambulante
Como el buhonero que trafica con nubes
y vende besos de almíbar


Despacio
Así se desliza la pluma que dibuja flechas
Como tu mano por mi espalda.


 

Tus manos, que pueden derribar muros
aunque se resistan a arrancar las flores

Y los sueños, sueños son



Cuando la escuches decir con tono imperativo: “Cógela y rema”

Detente y escucha.
Sueña y acelera.

Quizá así, la deriva te lleve a edenes con firmes de seda.





XyZZZ


Lo sabes, y yo también
Que cada muerte templada impregna de canela en rama el delirio de este rincón
Acércate, que yo me abandonaré
A esta pared destapada que sucumbe a cada garra que la dibuja con sed
Bebe y agárrate
Al espasmo incontrolable que arranca el roce en la  nuca si se defiende la piel


Arráncalas y déjalas caer
Que a jirones, cada bocanada desgarra las telas del ansia que anquilosan al corcel
Álzate contra los brazos que mienten en la batalla, porque ellos sabrán perder

Desgástalo... yo también lo haré
Emboza la impúdica mirada, dibújame descremada, indaga en cada ángulo obtuso que quieras humedecer
Abusa de la palabra e impúgnala con la rama que hostiga, que duele, que clama, para luego hacerla arder

Cuando la oscuridad te asuste… envuélveme
Que al vértigo de los muslos lo malhieran las bofetadas del instinto puro y cruel
Que la espiral irritada quiebre la voz desatada y la lleve a enmudecer



 
Como el hielo que intima en la boca….derrítete
Deja que sea en esta sábana, empachada de agua salada, donde flote el amanecer.
Y cuando vuelvas a abrir los ojos, imprégnate de canela…
y desafíame

Que bonito nombre tiene


¿A donde va ese pensamiento? Le dije que no me gritara y se empeñó en susurrar.
¿Por qué se va tan apresurado? Se deja aquí sus zapatos… y el paraguas… y un disfraz!
¿No es digno de ti este techo para poderlo habitar?
¿Por qué ahora me dejas huérfana de inquietud y de pesar?
Le has arrancado las hojas al diccionario subliminal!
No puedo entenderte pensamiento, no te entiendo. ¿No te quedas a cenar?

“No me gustan las bandejas con forma de seguridad. Tampoco los dulces que empachan la sangre con hilaridad”.
Se le escurre la mirada como a un vencido la espada, y yo lucho desarmada contra la razón despistada. Debo dejarle marchar.

 
Este café de la sombra se bebe por no olvidar.
“Será el viento quien te traiga colores por inventar. Recuerda que en cada sueño hay trucos que sólo conocen los magos, que despiertan cada instinto que tú neciamente has guardado”.
Me habló de un extraño colirio que cura miopías. No en vano, abre los ojos de aquellos que nunca los tuvieron cerrados. Me dijo que no existía el tiempo, que era una invención de los astros para envolverte así con los brillos de haces anquilosados.

“Hoy has firmado un contrato con ella (Que bonito nombre tiene!), y yo debo buscar otro amparo”.




Cuando se iba zigzagueando, se cruzaron…
Él me abandonó esa noche. Ella me besó en los labios.


PrePOSITando

Antes de que termines de empezar, tengo una preposición que hacerte



A vueltas con la humanidad y la humanidad dando vueltas. Y es que…
Ante todo debes saber que las escaleras también se bajan. Porque…
Bajo cualquier circunstancia, todo es circunstancial. Aunque…
Cabe la duda de que, quizá, todo lo que te pasa tenga que ver…
Con-tigo

Contra ningún pronóstico, eres la voz de tus ecos, así que…
De haberte conocido antes, me hubiera presentado más tarde. Porque…
Desde que te escucho, bostezo más a menudo. Pese a que…
En medio del tedio, te-dió por contar un chiste. Con que…
Entre reirme o llorar, decidí que mejor pelaba patatas para la cena

Hacia aquel tronco sin ramas se dirige tu camino, debes caminar…
Hasta que consigas ver como cambian de color las hojas, y después…
Mediante señales de humo adviérteme que has corroborado el proceso
Para que yo vuelva a buscarte y alabe tanta sabiduría de tan variada ignorancia.
Por cierto, me llevo el mechero…

Según proverbio “chi-no”, la indecisión terminará matándote…
Sin embargo prefiero que te mueras decidida, porque…
So-pesar pesa demasiado, y como...
Sobre el pasado y lo absurdo no hay nada escrito, una vez más…
Tras haber fallado el plan b…..volverás a quedarte sin plan.


Antes de que empieces a terminar…
acepto preposiciones!


Os mirO


Te miro.
Cuanto más te acerco a mi más te echo de menos
a cada minuto de esta larga hora.


A unos, que atropellan a la vida con cubiertas de sosiego y me empujan, cuando más lo necesito, al ansiado reposo.
A otros, por abocarse a un juicio que les lleva al palpitar inadvertido y a mi me arrima a la coherencia.
A ella, eternamente niña y eternamente grande, ingenua, intrépida, incondicional.
A él, que enmascara la ternura con un antifaz insolente y deja lleno, año tras año, un hueco en mi corazón.
Al genio sobre la figura, el carácter irremediablemente eufórico de una superviviente.
A ti, imperecedera en mi cocina.
A los credos almidonados que no comulgan conmigo.
A él, siempre velando por mí tras la celosía.
Al coma perezoso al que le cuesta despertar y a mi me cura, generosa, con bálsamos templados.
Al perpetuo júbilo, que no permite que el día más tedioso borre la ilusión de su cara, aún cuando brotan lágrimas de su sonrisa.
Y a ellos, dispuestos consortes en los recreos que más me hacen disfrutar. Locuaces unos, de confitura otros, siempre con un ansia de vida, como poco, rentable.
A las cuatro letras que me hicieron sentir afortunada, aquella vez en la vida.

Os miro…

Laurel y trigo

Por la angosta vereda trashuma
descalza
la arruga del alma
Cuelga de su hombro
sin ganas
la funda aterciopelada
que da asilo a sus pisadas
Al tiempo que la horma de su zapato
nómada como la esperanza
deambula en dirección contraria.

En un cruce de caminos
un entresijo de asfalto y trigo
la estanca
Y sin pensarlo zigzaguea
cortando espigas de seda
que caen sobre el hormigón
Sangrando los pies aceleran
el viento en contra la ciega
pero es a escondidas la brea
quien le da ojos al corazón

Desde la colina más alta
el sabedor ya atisba la estampa:


Un puño de victoria y trigo
que alzándose sobre el asfalto
parece apuntar al Sol.

JsTC


Por qué será que a veces se muda a otras ciudades y deja a la tuya en estado de sitio?
Aunque antes de irse te alista en el bando de los clementes, confiando en que, cuando vuelva, hayas cavado la trinchera que frene las balas cargadas de plomo.
Por qué vendrá, cada domingo, a imponerte mercadillos donde todo se compra y se vende?
Para dejarte el lunes con las plazas llenas de mercaderes de lámparas de las que no salen genios, desiertas de cuellos con cabeza sobre los que colgar abalorios.
Por qué le dará riel a la goma que deja viudas de vocales a algunas palabras?
Y te concede el cargo de absolver al genocida mientras desgarras la toga que cubre tus manos atadas.
Por qué se empeñará en colocarte una ortodoncia en el alma, aún cuando de tu boca brotan quejidos?
Mostrándote de lejos al banquero que presta sonrisas a fondo perdido.
Por qué se empecinará en hacer una presentación con diapositivas en silencio?
Anunciando que seremos discípulos libres de autopuntuarnos, a sabiendas, ella, de que somos maestros cautivos.

Por qué será tan impuntual, cada vez  que tú tienes prisa?
Porque tiene un brazo largo que se enrolla en la devanadera cuando más lo necesitas, estirándose cuando tú ya has dictado sentencia.
Porque lo que ayer fue tragedia, hoy es comedia.
Porque ella existe, y te obliga a agacharte para recoger tu siembra.


Ya la has visto, detrás de tu sombra?

Estimado Sr. Vendemaletas, dos puntos


Geminiana
Más cerca del cielo que del infierno
Todas y ninguna parte


Sr. Vendemaletas
En el infierno
Todas y ninguna parte



De bucles y líneas rectas, 31 de Diciembre de 2011



Estimado Sr. Vendemaletas:

Hace un tiempo adquirí en su establecimiento una maleta marca “Insensatez” que, tal y como Ud. me indicó, soportaba el peso de tantas cosas inútiles como quisiera transportar. Lo cierto es que conseguí darle uso a más de la mitad de los compartimentos; algunos con mis cosas, otros (y este es el mayor inconveniente de que sea tan amplia) con enseres de almas no viajeras a las que no les rueda la vida.

Considero, a la vista de lo acontecido últimamente, que el artículo ya no me interesa ni se ajusta a mis necesidades, por lo que desearía devolverlo. Me avala la ley vigente (RD 0002/2011, del 31 de Diciembre) sobre Energías positivas.
Por supuesto, adjunto factura con fecha “hace un tiempo” e importe “bienestar”.

Mediante el presente escrito le anuncio la devolución del producto y, teniendo en cuenta que su aspecto exterior se encuentra en condiciones óptimas para la reventa, desearía proponerle el siguiente trato y trueque:
Quien escribe le retorna el bulto perfectamente aseado (ha sido enviado, de hecho, a la tintorería para eliminar cualquier resto de rasguño y/o trastazo), debidamente envuelto y conteniendo un par de vaqueros minusválidos, un bikini para el invierno, guantes invisibles incapaces de aplaudir y gafas opacas del color de la ignorancia. Incluso, si así lo deseara, podría añadir unos zapatos que caminan hacia atrás. La piel no es de la mejor calidad, pero a su favor debo decir que no tienen la suela demasiado gastada.
Como le decía, nada de eso me es ya necesario, pero si creo que, probablemente, pueda interesar al futuro comprador del mismo.
A cambio, le agradecería me remitiera una maleta nueva con las siguientes características:
La parte exterior debe tener un bolsillo pequeño, donde pueda meter un par de paquetes de clínex por si necesitara llorar o, por lo contrario, fuera incontrolable el deseo de reir demasiado. Busque una que tenga, cerca de las ruedas, una abertura de tamaño intermedio. Allí podría llevar el botecito de jabón que utilizo para entregarme, aséptica, a los destinos con que me quiera embrujar el día. Que me quede espacio para el exfoliante, para estregarlo contra la epidermis y eliminar así las células muertas e inservibles. Pero cuidado! La dermis y todo lo que sigue hacia dentro no debe sufrir deterioro. (En relación a esto último despreocúpese; ya me encargo yo).
El compartimento principal: que quepa una capa para abrigarme y un libro, pero que entren justitos. Por eso que nada de maletas grandes, ha de ser pequeña. Dese cuenta usted que lo imprescindible que siempre viaja conmigo no pesa, no ocupa espacio, tampoco huele…pero sí, sí sabe.

Una cosa más, aunque entiendo que esto es un mero capricho…Podría ser de color verde esperanza, con unas pizcas de purpurina para que me brillen los ojos cuando la mire?



Sin otro particular, le saluda atentamente


Geminiana

dIStorsión

A veces, no entiendes porqué, se la lleva.
Siempre quedarán lágrimas para ella, aún cuando ya se hayan agotado las que lloraban a otros nombres.
Hay días que, sin saber cómo ni a dónde, viaja sin ti.
Podrás recoger los frutos tardíos de las dulces siembras de enero, tan agridulces como un mapa en blanco.













Amaneceres en los que maldices a nadie, peleas contra el aire y le rezas al tiempo.

A veces y sólo a veces


A veces me reconforta pensar que después de un crudo invierno saturado de emociones dolorosas, llegará el entretiempo, como llegó cada año a cubrir los campos de flores, a llenar de olores frescos el aire, a llenarme de dulces alergias el cuerpo.
Otras veces, le quito la pila de botón a este reloj, soñando que quizá sea eterno este momento en que una bocanada de aire queda suspendida eternamente en este cuarto frío, mientras yo disfruto del palpitar más intenso y entusiasta que demasiadas pocas veces he sentido.
Y sin vacilar decido que prefiero el éxodo que me lleve allí donde gobierna el estío, donde siempre hay rayos que iluminan el camino, aunque a veces las nubes bajas se empeñen en estropearme el día.
Hay días que me cubro con mi manta preferida, la que rezuma hilos de cordura sobre mi espalda, y me contemplo disfrutando de lo mucho que me gusta el invierno que, quizá por ser tan gélido, es el único que consigue cuajar témpanos de nobleza palpables.
No quiero vivir antojos primaverales, donde el hielo se subyuga al calor del sol, donde todo lo que estaba muerto hasta ahora cobra vida para tornar paisajes idílicos que no soportarán el duro invierno. Paisajes cobardes.
Pasaran los años y yo envejeceré en esta cumbre donde hoy resisto, con una intolerancia rotunda a la infamia de los individuos que se dejan morir en diciembre.





Mamífero

Puede ser.
Que jueguen entre ellos y te descubran una imagen de haces y sombras única, que nunca nadie más verá. Sólo tú.
Y la felicidad, en ese instante, sea casi insoportable.
Tal vez, sea éste, lugar encantado, el que embelesa tu alma, incitándola a reposar mientras se agitan inquietos tus pies.
Y sudes por los poros las toxinas de lo vano, y te calces así más ligera.

¿Acaso no existirá otro momento donde a esa nube la mezca esta cuna vasta y gris, y la atravieses a ciegas, para que tus oídos conquisten el otro lado?
Quizá en un alud de sensaciones percibas el vértigo de la brisa atravesándote las palmas de las manos y saborees, sin impurezas, el abismo de lo obsceno.

¿Y si te impresiona esa silueta solemne que aguardaba, en espera de abalanzarse sobre ti, cuando se esconde la luz?
Como ayer… que tras un baño de espuma blanca me acostaba oliendo a las gencianas que crecen en su balcón, mientras el cielo se tornaba violeta.





Puede ser, que embotelles en tu retina ese espectáculo
y la vivas
y la ames
como cuando te vas, 
en el recuerdo.




Por el arte de llover

Se había empañado el cristal.
Ella lo observaba desde el sofá que hacía minutos le había hecho el molde a su cadera
Llovía fuera.
Escuchaba la melodía con atención para acompañarla de una letra que no propicia estribillos
Casi anochecía, a la vez que se consumía la llama del crisol tallado de lapsos extintos.
Y sonreía… cuando a oscuras su corazón le advertía que, a razón del albedrío, se dilataba de nuevo.



Apenas se había quedado dormida, la empatía corrió a dibujar sentimientos… mientras le tomaba prestado el dedo.


Utopía


Yo soy el aire cautivo, soy voz muda, yo soy tú
Soy intangible y etérea. Ráfaga en la tiniebla que te ilumina al trasluz
Si soy la flor viva de otoño, del invierno, viento Sur
Yo soy la calma inquieta y la tormenta en cielo azul.

Fui barco en un mar de nubes, hoy soy cirro en un volcán
Soy coral en el cielo. Con mil CoLoReS me entrego a la muerte en soledad
Soy lo claro en lo confuso, hermana de la guerra en paz
Soy el color incoloro que tiñe la realidad.
Puedes verme en los rosales? No soy hoja, no soy flor
Soy el billete de ida, rociado en llama fría, al viaje de la ilusión
Soy el delirio del cuerdo, del loco soy la razón
Te esperaré en este asiento volando hacia aquel rincón.



Tus muros


Vacío…
Como una cárcel sin reos, como un semblante sin gesto
como un concierto de almas que tocan sin instrumentos

Perdido…
Como un pájaro sin alas, como un rincón en el centro
como el dolor en la antesala de su propio sufrimiento

Dolido…
Como una bandera a media asta, como el olvido de un pecio
como un hombre, en solitario, se enfrenta al padecimiento

Asustado…
Como un creyente sin fe, como el fracaso de un terco
como un rescoldo velando por un resquicio de fuego



Y a pesar de todo…

Amado.
Como el dibujante ama su esbozo a sabiendas de que no está completo…



Déjame




Déjame…
Que casi sin rozarte me deslice por tu frente con mis dedos asustados y me detenga, temblorosa, para tantear tus párpados, acariciar tus ojos cerrados… y dibujarlos.

Libérame…
Cuando descubro un atajo y con el meñique a un lado me agarro, con mucho cuidado, a tu inquieta nariz. Y al ritmo al que tú respiras yo me lanzo a la puerta de salida de un suspiro que se te escapa, que me duele y te relaja. Y así te cruzo de puntillas y me acerco a tus mejillas, que se alzan agradecidas.

Sonríeme…
Ahora que curvas la boca, que yo recorro tus labios con las yemas de dos dedos, o a veces sólo con uno…

o a veces sólo te observo.







Invierno

Ahora que ahí fuera llueve y las gotas se acompasan en tintineos
Me gusta escucharte

Ahora que la calle se ha quedado vacía y las aceras se enfrían sin pasos
Te miro

Ahora que las acacias se despabilan y me llegan perfumes en escarcha
Me gusta respirarte

Ahora que se enfurece la brisa y con afiladas uñas resquebraja mi sonrisa
Te siento

Ahora que los fogones calientan en la penumbra y lleno cuencos de melancolía
Me gusta saborearte




Ahora que tú estás al otro lado de este cristal diáfano y yo me acurruco en abrigos
Te escribo.