DE-espacios



¿Qué habrá entre tú y yo?

En este espacio que nos separa, en ese hueco incómodo
¿Qué habrá, distancia o conformidad?

Entre tu meta y la mía,
¿Qué habrá, barcos a la deriva que no atracan en ningún lugar?

Entre tu huella y la mía
¿Quedará algún vacío donde pisar?

Hay niebla que no me deja ver el camino
y tras la niebla, ¿Qué habrá?

Entre tu pensamiento y el mío
¿Habrá algún proverbio que interprete la disparidad?

Entre las orillas de este río sin puente
¿Qué habrá?

Entre la luz que se enciende de día
y la noche sin una grieta de luz, ¿Habrá crepúsculos o sólo aristas que rodear?

Dentro de ese volumen
¿Habrá nostalgia por árboles caídos o cuartos sin ventilar?
                                                                                              
Entre la libertad de esta extensión confinada
¿Qué habrá?




Entre nuestra vida, tu vida y la mía
¿Habrá algo o sólo la holgura que deja el aire al pasar?
  

¿Ahora?


¿Y ahora por qué quieres que vuelva a empezar, si ya estaba subiendo por el quinto escalón?

¿Y por qué te empeñas, ahora, en esconderte entre lo que no quiero pensar?

¿Y si no me quiero rendir ante tantos saludos y despedidas, por qué tendría que abrirte la puerta?

¿Y ahora por qué te acurrucas entre la ropa tendida, esperando a que sople el viento para estirarte y secar esa lágrima que está por venir?

¿Ahora que no encuentro el corazón, vienes a cuidarme la mente?






¿Y por qué me preguntas, ahora, qué me pasa?

¿Vuelves ahora? Ahora que se me han acabado las respuestas…



¿Casualidad o causalidad?



Y si resulta que un día,
te desvistes de prejuicios y caminas sólo con un cinturón
¿Quemarías el disfraz que hoy abriga tus miedos
y te atreverías a caminar desnudo?


Y si mañana te despertaras
creyéndote vencedor
¿Arrojarías las armas y le gritarías al mundo
con los brazos en alto y las manos abiertas?


Y si fuera mentira que el cielo es infinito
y las nubes no te dejan ver el sol
¿Cerrarías el paraguas
y te acercarías a asomarte al último linde?


¿Que pasaría si tu brújula de plástico
perdiera su imantación?
¿Darías por perdido el Norte
o frotarías el hierro contra la aguja de la intuición?




Y si resulta que sí se puede olvidar
acompasando tu camino con la traza de tus deseos
¿Le darías de beber a la memoria sedienta
o quemarías los malos recuerdos en la hoguera?


Y si la vida la cantara
sólo el propio cantautor
¿Escribirías la tuya o, tal vez,
le cederías la pluma a la suerte?


¿De verdad crees en la suerte?
Suerte: Encadenamiento de sucesos considerado fortuito o casual.



La vida. TU vida.
Sólo le habían concedido una y, cuando tocó su fin, se le hizo corta.


Mi camisa de fuerza


La camisa transparentaba hebras del color del fuego
quemadas por la intuición
y de los flecos contextuales colgaban los pretextos
anudados hasta entonces al adhesivo de su vestidor impío.

En un suicidio perezoso
cayeron los botones sobre una página en blanco
llena de cenizas desparramadas por las lágrimas
que jamás lloré.





Así muero y, desnuda, vuelvo a nacer.




Un pingüino en urgencias



Hay días que tu carácter bipolar me desquicia.
No acabo de entender porqué en el Ártico te empeñas en caminar sobre las banquisas, interminables en el espacio y tan profundas como doce veces tú, para llegar, casi exhausto, hasta la última frontera.
“Sólo desde allí, mires donde mires, miras al Sur”- Lo que tú digas…

No se porqué te endeudas en volar desde Madrid, vía Oslo y en vuelo regular, sobre los rincones donde se despeinan los taciturnos, para dejarte caer allí y poner a secar tus alas empapadas en la nieve seca con que amaneces impregnado los martes primeros de mes.
No se porqué te llevas la brújula desentrenada para contarles a los mamíferos de pelo blanco que para despistar a sus depredadores deben irse hacia allá, o hacia allí, o para acá, o para allá…¡Para ya!

Y como los osos polares no beben agua, tú tampoco. Así llegas con la piel seca, colgando tu traje de quimeras, cada vez que vuelves, de la misma percha de la que penden mis suspiros.
Me desesperas cuando llegas braceando, como las focas, a pecho y espalda, porque ellas son excelentes nadadoras olímpicas y pasan diez minutos bajo el agua sin subir a la superficie; tú no ibas a ser menos. Me exasperas cuando te falta la respiración y, prácticamente en estado de shock, nos paseamos por urgencias con tus pulmones en estado crítico.

¿Qué es eso de “nunca te regalaré flores” porque allí la flora escasea?
Me aturde tanta falta de romanticismo; que con la estrella polar yo me estrello contra tu aurora boreal de febrero.
Catorce de febrero, día de los enamorados…Qué oportuno.





 
Visita de médico y, de repente, decides irte a la Antártida.
A esa meseta llana, ventosa, a unos tres mil metros de altitud sobre el nivel del mar. ¿No te das cuenta? A esa altura se reduce la cantidad de oxígeno que llega a tu cerebro. Eres feliz mientras las falacias pasan factura, ahora que el país está en crisis.

Y como Amundsen pasó por allí un día de diciembre, me dejas sola en navidades, con el árbol puesto y los regalos descompuestos.
Como allí apenas llueve me haces sustituir el paraguas que te regalé estas navidades por unas orejeras.

Aquello está plagado de pingüinos y ballenas, dices.
Ellos, que no saben volar y caminan con torpeza, forman colonias. Colonia… esa que devolviste el mismo día que celebrábamos nuestro mesario, el año pasado.
Resisten el frío como nadie, me cuentas. ¡Ay! Aquel día que cambiaste, con el ticket regalo, el reloj de arena de cristal rojo por un anorak…
Me encolerizo, cuando vuelves del reino de los pingüinos y te deslizas por las laderas empinadas con un plástico sin frenos recién arrancado de un libro que forraste cuando estabas en primaria. En urgencias están hartos de ti.
¿Y cuando vuelves pingüetizado con tu cuerpo de barril y te empeñas en uniformarte con un frac para hincharte a comer gambas y calamares? Me ofende tu mimetización.
Estoy empachada de la criatura más grande que jamás has visto. Lo cierto es que no hay otra más bonita que ella, la ballena azul. Me apabulla tu delicadeza. 



Cruzas veinte mil kilómetros y, de la que pasas por aquí, vienes a verme.
Es de agradecer, pero para guardar la distancia entre ambos polos ya se me tensa demasiado la cuerda. Yo que siempre vuelo rasante siento que hay días que tu carácter bipolar me desquicia.



Permíteme que me corrija: me desquicias.















Era el siglo XVII de 2012


                                                     

Cuando a veces dicen que es mejor no pensar, mi contracorriente y yo nos dedicamos a hacerlo y pienso: “¿que hubiera pasado si no hubiera pensado en pensarlo?”.
Y a veces pasa, que ese grumo de ideas no se deshace y el bechamel de la cena queda entumecido para desayunar.

Tantas veces pasa, que las hijas de la esclavitud se imaginan liberadas de las cadenas a mitad de largometraje y consiguen sobreponerse, en plena faena de recogida de fardos (su único derecho), de los deberes de los que rezaban deshacerse en su carta de fuga, confiscada y banal. Esa carta que escribieron con sus manos negras, sin saber escribir, un domingo de verano durante tantos años como dura una vida, vaga sin rumbo en una botella de whisky vacía que alguien lanzó al mar,  llevando dentro un sueño volátil que alguien descorchó demasiado tarde.

Oigo el soniquete del organillo en una iglesia cercana y me imagino a las mujeres vestidas de domingo con la espalda recta y las manos sobre las rodillas, mientras a otras les cierran las puertas para acudir a instruirse de la sabiduría del Cuentacuentos, desvestido de vergüenza por una sotana y ahogado en mentiras por un alzacuellos. Suena el organillo mientras ellas, pérfidas, callan. Lo aborrezco.

Escucho algo de blues en la calle y visito sentada el campo de quienes soñaron ser prófugos con sus súplicas persistentes de libertad. Escucho la melancolía del negocio de los comprados y vendidos, sin dejar de atender a las cuerdas de esa guitarra triste.
Bajo sospecha de que resulte eficaz, peregrino bajo la luz artificial de una farola y me imagino en la oscuridad de un río salvaje, a miles de kilómetros de aquí. Viajo allí donde la fábrica que destruye vidas da de comer a los muertos y no contamina el agua donde coletean los salmones.
Con esta congestión nasal me voy a casa, con el miedo metido en el cuerpo. Ese miedo que debió ser árbol perenne para ellos y que a mi se me pasará, como una gripe, en una semana.
A veces detesto la falta de empatía tanto como la falta de información. Detesto la deshumanización de los humanos, el crimen en vida, tanto como el sonido, agudo y grave, del organillo de esa iglesia cercana.
A veces adoro la anarquía y otras veces derribaría sus liderazgos adquiridos, guardados junto a los esclavos, en las estanterías donde se hace hueco para los libros que se escribirán mañana.


Llego a casa y me bebo unos tragos de whisky, como si fuera una alcohólica, para que me ayuden a expulsar el miedo, su miedo. Primero escuece, quema… y luego calma.





Dia Internacional para la abolición de la esclavitud:
2 de Diciembre.

uN eNReDo CoNSeNTiDo



 
Era una risa seria
que apostaba con su habitual tranquilidad inquieta 
al todo o nada
mientras el azar removía las ramas de un árbol no autóctono
que sólo daba frutos en año bisiesto.


 
Era una risa sarcástica
la que obedecía a la incertidumbre de magnitud cero
la que expulsaba, al final de su manga,
los resoplidos de unos brazos
que desataban la libertad del espantapájaros.


Era lo más parecido a una carcajada
que, estruendosa, ridiculizaba los versos
de los guionistas no reconocidos
que aparcaban su insensatez
al comenzar la escena.


Era lo más parecido
a un hombre sin nariz
que respiraba por las piernas
mientras caminaba con los ojos
para adentrarse en las cocinas de sus vecinos.


Era lo que nadie nunca fue:
una media sonrisa
a la que le faltaba el sentimiento,
como a veces
le falta el ¿sentido? a algunos textos.







Te busco




Porque cuando llega el perdón se va el pasado, te busco.
Te busco en el hielo y entre la madera quemada de esta chimenea,
en el otoño en el que veraneé anteayer y entre las luces de diciembre.
Para no encontrarte cuando me haya ido, te busco entre los disfraces de alquiler.

Porque en el museo de la palabra me recibe el silencio, te busco.
Te busco entre las promesas dilatadas y desde los renglones,
en los antibióticos de placebo y en la espuma del café.
Para no encontrarte en lo deshabitado, te busco entre la nada del todo.

Porque las esponjas han dejado de absorber la sal de tus besos, te busco.
Te busco dentro de esta cabina sin teléfono y en la camisa que eché a lavar,
entre los papeles que perdí y en la oscuridad.
Para no encontrarte entre los chasquidos de los dedos cuando despierto y allí donde fui contigo, te busco.

Porque guardaba los sentimientos estancos debajo de mi sombrero, te busco.
Te busco en los contenedores llenos de recuerdos y en la complicidad de esa mueca,
en mis desayunos y en los días nublados, te busco.
Para no encontrarte en mis espacios vacíos...te pierdo en los acantilados y entre la poesía.





Ya llega mi estación preferida


Ya llega mi estación preferida. Ya la oigo llegar.
Llueven hojas que brotaron en primavera y taconean vaporosas sobre los bancos de madera del parque, para dejarse tejer, después, como una chaqueta de lana que abriga las raíces de un hayedo.
Porque el otoño es lana y es tacón. Es el carácter de los parques como de los bosques la esencia.

El otoño es un viento pintor que cae en picado con la atmósfera, trayendo y llevando al espectro y al ingenio del genio que parecen no cansarse de jugar. Así me acerca hasta la ventana los tonos naranjas que colorean las nubes que se dibujan, cada atardecer, sobre el cristal.

Y ella también vendrá. Se agarra desesperada a la rama, hasta que, agotada, cae sobre la fronda de hojas muertas sobre las que restallan mis pasos. Se desliza entre ellas, decidida, hasta desaparecer, empapando el suelo de huellas que no perduran y lavando las heridas que fue dejando la luz.


Dicen que el otoño se lleva la sal del verano.
Él, preludio del invierno donde siempre quedan retazos que acallan la ansiedad de los espíritus nostálgicos que no le quieren dejar marchar.
Dicen que nunca duerme y que siempre entra en los sueños de algún corazón melancólico para colarse como un ave de paso que aún tilda de dorado los senderos.
Dicen que el otoño es de las armónicas, que a veces suenan románticas y a veces abatidas.


Y en esta estación pausada y madura, en el mejor momento para brincar con los duendes entre las matas, me dejo llevar y, como cada Octubre, sonrío.



Del otoño dicen…
Dicen que, antes de irse, gira la cabeza para comprobar que alguien le despide desde un banco del parque y, con una media sonrisa, le recuerda que le debe un poema al más puro estilo lorquiano.





“Si un día me muero
que sea en Otoño
para que me entierren las hojas secas del hayedo.

Si quieres venir a contarme, no alces la voz.
No quieras llevarme flores… es otoño.”