EN UN DESCAMPADO ENCUENTRA, QUIEN QUIERA, LA FLOR MÁS BELLA. Juan G. Olivares.



Los pétalos de las  margaritas sonaban a cascabeles cuando la imperceptible gravedad aún me mantenía unida al suelo. El cuarto estaba oscuro, apenas iluminado por una vela de bajo consumo que se apagaba a la vez que mi gesto, e impregnado de un olor a desconcierto que jamás sabré atribuir a ningún objeto.
Flores, un vaso de agua medio lleno, ni siquiera un espejo.
El tiempo detenido durante diez minutos era ya irreversible, como la vuelta a la realidad de aquel cuerpo que yacía sobre la cama sin pulso, salado y muerto.


Un lunes de Abril, siete de la mañana.
Las cortinas traspasaban la pronta claridad con que les iluminaría parte del día mientras,  sobre la mesita, comenzaba a parpadear la luz del despertador.
Ella se había enamorado de los amaneceres junto a los que, cada mañana, desayunaba la primera ola del mar, dejándole al corazón un pequeño hueco para bostezar la quimera, ya irrealizable, de la que se había despertado. Hacía tres meses que se había olvidado de la doctrinal vida de la ciudad, donde hasta el izado de persianas, al unísono, acababa con cualquier sueño vespertino de adormilarse en domingo.
Afortunada, desde aquella ventana con vistas al mar, disfrutaba cada mañana de una brisa que no compartía con nadie, entregándose laboriosa y, casi sumisa, al gratuito y esponjoso día.
Después del ritual pagano donde una dosis de cafeína le ayudaba a despabilar, el altar de su habitación lucía pletórico jarrones de margaritas amarillas mientras una blusa deshilachada exudaba los últimos versos con que le había deleitado la noche. Con su sonrisa de plastilina se abalanzaba sobre el día, que la apresuraba a trotar a golpe de moca y con un estornudado pataleo.
Siempre acariciaba las flores, y ellas, a veces, le sonreían.



Su reciente trabajo mal remunerado, recopilar conchas, agujerearlas y enlazarlas en un cordón grueso tricolor, suponía una propina de no más de diez euros al día, con los que desayunaba, comía y cenaba a expensas de lo que le regalaba el mar, que era mucho menos de lo que le había quitado aquella corbata vestida de hombre.

Aquel año llegaba despacio el jueves santo de Abril, mientras la bruma empapaba un cartón escrito en su conciencia que decía: “Se traspasa vida”. Y así dejaba la puerta de su vida desahuciada entreabierta, por si de gaceta en boletín, alguien la quisiera robar.

Se acostaba cada noche con los párrafos de una vieja revista, deshaciéndolos en poemas inventados que sonaban a tango argentino, ni siquiera recordaba a cual.
Sin hogar, sin trabajo de tacón y con una manta a cuadros, escapaba cada mañana de una casa de tres paredes, lanzándose hacia el enorme felpudo de arena que le tendía la playa.
Y así vivía, robándole a la primavera lo que el verano le quiso quitar.

Antes de que se la llevara la soledad, se le atropellaron las palabras en la garganta intentando desahogar el “basta” que se le había apretado en el pecho. Le gritó “basta” al Sistema, a todos y a nadie, pero entre todos, nadie la oyó gritar.

Se la llevaron cuando atardecía, aunque la sonrisa consiguió quedarse en ese espejo que no había conservado. La mataron un verano de abril, cuando la  esquelética caridad decidió emigrar en busca de un Estado con piedad.




Y es que... una vez hubo primavera, aquella en que hasta las flores de los descampados olían a sal.

6 comentarios:

  1. La piel de gallina. Estremecedor. Genial sorprendente y con joyas para empezar un relato "Se traspasa vida","escapaba cada mañana de una casa de tres paredes". ¿Por qué nos regalas tan de tanto en tanto?

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  2. Me alegro que te haya hecho "sentir", Juan, aunque se de sobra que tú eres un hombre sentido, a la vez que comprometido.
    Algunas veces se me va la inspiración entre tanta mierda que nos rodea y otras veces necesito, como ahora, vomitar esa comida contaminada que me revuelve el estómago.
    Como siempre, gracias por leerme.

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  3. Estoy de acuerdo con Juan...en realidad nos gustaría vivir con esas perlas tuyas a cada día...y estoy segura de que no perderían intensidad!
    Este relato es poesía pura y realidad a cada letra...es que si tuviera que elegir una línea, un párrafo, una única expresión...me quedaría huérfana...PRECIOSO!
    Te echaba de menos!
    Un beso!!

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    1. Gracias Angela. Tú sabes bien lo que cuesta a veces darle forma a la idea que tienes en mente. Más aún encontrar la palabra exacta que defina el sentimiento que quieres expresar.
      En esta tragedia vestida de locura, hay una actriz principal: la capacidad de ver con ojos optimistas una historia, como poco, cruel. Y, aunque un poco en segundo plano para no ensuciar las flores, no podía dejar de exponer una crítica, denuncia y desacuerdo con la triste gestión de las vidas en este país.
      Besos a los dos!

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  4. cascabeles de margaritas, sostienen este lunes detenido
    a través de las cortinas sumergidas en la primera ola del amanecer

    vivir en una caracola enroscada hasta el traspaso,
    y arrastrar las huellas por la arena
    hasta hundir TU cruz de madera
    en el mar infinito, que tras de ti
    borra tus pasos.


    me encantaaaaaaaaa!

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    1. "Arrastrar las huellas por la arena"... ¡A mi sí que me encanta!
      Gracias por venir a tomar café a este blog, Esteban.

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