Era el siglo XVII de 2012


                                                     

Cuando a veces dicen que es mejor no pensar, mi contracorriente y yo nos dedicamos a hacerlo y pienso: “¿que hubiera pasado si no hubiera pensado en pensarlo?”.
Y a veces pasa, que ese grumo de ideas no se deshace y el bechamel de la cena queda entumecido para desayunar.

Tantas veces pasa, que las hijas de la esclavitud se imaginan liberadas de las cadenas a mitad de largometraje y consiguen sobreponerse, en plena faena de recogida de fardos (su único derecho), de los deberes de los que rezaban deshacerse en su carta de fuga, confiscada y banal. Esa carta que escribieron con sus manos negras, sin saber escribir, un domingo de verano durante tantos años como dura una vida, vaga sin rumbo en una botella de whisky vacía que alguien lanzó al mar,  llevando dentro un sueño volátil que alguien descorchó demasiado tarde.

Oigo el soniquete del organillo en una iglesia cercana y me imagino a las mujeres vestidas de domingo con la espalda recta y las manos sobre las rodillas, mientras a otras les cierran las puertas para acudir a instruirse de la sabiduría del Cuentacuentos, desvestido de vergüenza por una sotana y ahogado en mentiras por un alzacuellos. Suena el organillo mientras ellas, pérfidas, callan. Lo aborrezco.

Escucho algo de blues en la calle y visito sentada el campo de quienes soñaron ser prófugos con sus súplicas persistentes de libertad. Escucho la melancolía del negocio de los comprados y vendidos, sin dejar de atender a las cuerdas de esa guitarra triste.
Bajo sospecha de que resulte eficaz, peregrino bajo la luz artificial de una farola y me imagino en la oscuridad de un río salvaje, a miles de kilómetros de aquí. Viajo allí donde la fábrica que destruye vidas da de comer a los muertos y no contamina el agua donde coletean los salmones.
Con esta congestión nasal me voy a casa, con el miedo metido en el cuerpo. Ese miedo que debió ser árbol perenne para ellos y que a mi se me pasará, como una gripe, en una semana.
A veces detesto la falta de empatía tanto como la falta de información. Detesto la deshumanización de los humanos, el crimen en vida, tanto como el sonido, agudo y grave, del organillo de esa iglesia cercana.
A veces adoro la anarquía y otras veces derribaría sus liderazgos adquiridos, guardados junto a los esclavos, en las estanterías donde se hace hueco para los libros que se escribirán mañana.


Llego a casa y me bebo unos tragos de whisky, como si fuera una alcohólica, para que me ayuden a expulsar el miedo, su miedo. Primero escuece, quema… y luego calma.





Dia Internacional para la abolición de la esclavitud:
2 de Diciembre.

2 comentarios:

  1. Hasta se le revuelven a uno las tripas...me acordé de la película "Criadas y Señoras" la has visto? tu texto me llevó directa a ese escenario tan bien reflejado...
    Que pena que la esclavitud no se acabe si no que más bien va cambiando de forma...
    Besos!

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    1. Pues no la vi, pero la anoto. Gracias!
      Yo creo que algo hemos avanzado, sólo que hacia una esclavitud ahora consentida por el esclavo.

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