A veces y sólo a veces


A veces me reconforta pensar que después de un crudo invierno saturado de emociones dolorosas, llegará el entretiempo, como llegó cada año a cubrir los campos de flores, a llenar de olores frescos el aire, a llenarme de dulces alergias el cuerpo.
Otras veces, le quito la pila de botón a este reloj, soñando que quizá sea eterno este momento en que una bocanada de aire queda suspendida eternamente en este cuarto frío, mientras yo disfruto del palpitar más intenso y entusiasta que demasiadas pocas veces he sentido.
Y sin vacilar decido que prefiero el éxodo que me lleve allí donde gobierna el estío, donde siempre hay rayos que iluminan el camino, aunque a veces las nubes bajas se empeñen en estropearme el día.
Hay días que me cubro con mi manta preferida, la que rezuma hilos de cordura sobre mi espalda, y me contemplo disfrutando de lo mucho que me gusta el invierno que, quizá por ser tan gélido, es el único que consigue cuajar témpanos de nobleza palpables.
No quiero vivir antojos primaverales, donde el hielo se subyuga al calor del sol, donde todo lo que estaba muerto hasta ahora cobra vida para tornar paisajes idílicos que no soportarán el duro invierno. Paisajes cobardes.
Pasaran los años y yo envejeceré en esta cumbre donde hoy resisto, con una intolerancia rotunda a la infamia de los individuos que se dejan morir en diciembre.





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