El hombre del paraguas


Le llamaban el hombre del paraguas.
Sólo los días en los que la lluvia asediaba la calle, se refugiaba bajo la tercera balconada, de la que siempre colgaban geranios o camelias y sobre la que llovía a destiempo o, por el contrario, era tiempo de llover.
Sólo esas tardes en las que se oscurecía el asfalto, sujetaba inalterable el paraguas con la mano derecha, apretando suavemente la boina con la izquierda y manteniendo el cuerpo recto como una vara mientras miraba al frente. Y se iba, si dejaba de llover.
Con el mismo paraguas, la misma boina y bajo la misma balconada, dejaba que las gotas repiquetearan contra sus zapatos, mientras permanecía impasible, cada vez.
Sólo cuando el último parpadeo desenvolvía realidades, cuando el primer suspiro le hacía un rasguño al aire, cuando la lluvia diluía a la lluvia seca del papel, los zapatos, el cuerpo y la mirada apuntaban hacia el suelo y echaban a correr.
Cuando arte y hombre lloraban, los lienzos inexplorados se desabrigaban, los grises se pintaban violetas y ella volvía a empuñar el pincel.














Le llamaban el hombre del paraguas.
Sólo si llovía la imaginaba y se iba, si dejaba de llover.

2 comentarios:

  1. Este texto habla de la forma de mirar. ¡Divina tu forma de mirar!

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  2. O quizá no sea tan divina, querido Dante...;)

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